Tiempos modernos

Posted: jueves, 21 de octubre de 2010 by Contacto in Etiquetas: , ,
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Tiempos modernos (Modern times)
Guión y dirección: Charles Chaplin
Estados Unidos 1936

Aunque parezca contradictorio, las obras clásicas son, precisamente, aquellas capaces de abstraerse de la inmanencia contextual- la inercia histórica- y avanzar los contenidos y las formas de aquello que llamamos porvenir. Es en este sentido en el que Tiempos Modernos se ha convertido en un clásico en el que podemos percibir las líneas maestras de una modernidad que, anticipada por Baudelaire y Benjamin, ya comenzaba a perder el brillo de lo nuevo y a mostrar no sólo su funcionamiento descarnado, sino sus funestas consecuencias.

Para empezar señalaremos que Tiempos modernos es una crítica, en clave humorística, de una modernidad ya establecida, poniendo el acento en aquellos procesos que afectan al individuo y a la sociedad. Pero no sólo eso. Tiempos modernos es también un diagnóstico, la previsión – que el tiempo ha vuelto cándida- de las dinámicas que acabarán consumiendo la sociedad y volviéndola irreconocible, expresadas mediante metáforas visuales que, de tan precisas, acabarán convirtiéndose en icónicas. La película narra la historia de un obrero incapaz de integrarse en el sistema de producción moderno que se enamora de una huérfana; juntos deberán enfrentarse a las inclemencias del mundo laboral con el único fin de poder comprar una casa en la que vivir juntos. A lo largo de esta historia la crítica se centrará en la fábrica (que representa el trabajo y cuyo perfil, ya al final de la película, quedará redondeado por las escenas en las que el protagonista trabaja de camarero), la cárcel, la represión del movimiento obrero y el amor.

La modernidad
1.1. La fábrica
La primera escena ya es una indicación de la postura que toma la obra frente a la modernidad: secuenciando dos planos completamente distintos (los trabajadores saliendo del metro y haciendo cola para entrar en la fábrica y las ovejas en manada) presenta una analogía que nos permite hablar del primer rasgo de la modernidad: el adocenamiento. Como ya señaló Baudelaire (y antes que él Poe), el centro neurálgico de la modernidad son las ciudades. Las grandes masas de población se trasladan a allí donde está el trabajo, es decir, las fábricas, y es allí donde, alrededor de esa actividad, se desarrollan el resto de servicios: tiendas, bares, restaurantes, etc. Luego el universo lúdico también se establece allí, completando el perfil de la ciudad y volviéndola autosuficiente en todos los sentidos. Esto implica, como hemos visto, la masificación y, con ella, el primero de los peligros: la pérdida de la identidad individual en un contexto de acumulación.


La siguiente escena que nos llama la atención y que señala el siguiente rasgo de modernidad es aquella en la que Chaplin, tras horas de trabajo remachando una y otra vez las mismas piezas, termina, ya lejos de la cinta de montaje, reproduciendo el mismo movimiento, esta vez ya sin sentido. En este punto convergen dos conceptos de alienación: el postulado por Benjamin y el teorizado por Marx. Chaplin, víctima del trabajo mecanizado, introyecta el funcionamiento de la cadena y comienza a comportarse como si la realidad misma fuera una pieza que cabe remachar: se convierte en un autómata. 


La siguiente escena redunda en la alienación que produce el  trabajo mecánico propio de la fabricación en cadena. En este caso, el ritmo de la cadena es implacable, lo cual produce que los demás trabajadores, los compañeros del protagonista, se conviertan en “policías” de la producción: el retraso del primero los perjudica a todos y por ello lo amonestan (lo golpean) cuando éste se detiene. Cuando Chaplin se vuelve loco y comienza a echarle aceite en la cara a sus compañeros (como si, de algún modo, en su locura, fuera capaz de ver que, en tanto que son la misma cosa, se alimentan de lo mismo) éstos lo persiguen por toda la fábrica; le basta a Chaplin con accionar una palanca para que dejen de hacerlo y vuelvan, impelidos por una fuerza que los trasciende, al trabajo en la cinta de montaje.

Sólo la locura salva a Chaplin de la fábrica, un centro orwelliano vigilado constantemente por el dueño de ésta a través de pantallas y micrófonos. El poder, en Tiempos Modernos, ya es un ojo que todo lo ve: muere con él la intimidad y comienza el control, la homogenización que comienza siendo extrínseca y acaba siendo una autoimposición del que se sabe observado y continuamente comparado con el resto de productores. Por último podríamos referirnos a la famosa escena en la que el protagonista es deglutido por el mecanismo de la máquina, creando una escena capaz de resumir todo lo sugerido anteriormente: se acabó la era del hombre, ahora éste debe adaptarse a la lógica de las máquinas.

1.2. La cárcel

Tras la institución de la fábrica llega la crítica de la cárcel. Las similitudes son sonrojantes: resulta que la vida en la cárcel está tan racionalizada como la vida en la fábrica. Aquí, por analogía, comprobamos cuál es el tercer rasgo definitorio de la modernidad: la racionalización de la vida, su sujeción a cálculos y constantes, a una rutina de acero que obliga a la vida a discurrir por unos cauces inamovibles; la vida debe acomodarse a la lógica de las máquinas . Los presos deben levantarse a una determinada hora, todos juntos, y marchar en fila hasta el comedor, donde comenzarán a comer cuando se les dé la señal. La única diferencia (que no es pequeña), es que la vida en la cárcel no exige realizar un trabajo. Este es el motivo por el cual Chaplin, tras impedir un motín, no quiere abandonar la cárcel . Cabría reprocharle que la cárcel, aunque no demande trabajo, implica la pérdida de libertad. Y es planteándonos este interrogante cuando se nos presenta una disyuntiva interesantísima: ¿es aquello que nos espera fuera de la cárcel la libertad? Chaplin sabe que no hay trabajo y sabe qué es el trabajo, y decide quedarse dentro. Y esta postura, que en aquella época resultaría una provocación, queda atenuada por el perfil del personaje: Chaplin, en tanto que holgazán (el correlato moderno del loco clásico) es capaz de decir aquello que los demás no se atreven a decir: ya no está claro dónde termina la cárcel. Esto nos lleva al siguiente punto: el amor.

1.3. El amor

A medida que seguimos el recorrido del protagonista por las instituciones modernas, se nos da a conocer la historia de una huérfana de madre que, a través de su vida, trae la problemática social del desempleo y la precariedad obrera. Su padre está en paro y ella procura alimentar a la familia ejerciendo de pícara, es una superviviente. Pero un día, en una revuelta, su padre muere. Sus hermanas son enviadas a un centro de menores y ella se dedica a vagabundear por las calles. Es entonces cuando sus vidas se cruzan. Después de un par de encuentros Chaplin debe escoger entre volver a la cárcel o huir con la chica, y escoge esto último. Tendidos en la hierba, juntos, fantasean con una casa enorme y una vida regalada.


En esta escena, y siendo conscientes de que nos alejamos de las intenciones del autor, nos gustaría señalar una lectura, en clave posmoderna, del concepto de amor que presenta Tiempos Modernos. Como ya hemos visto, el protagonista, no encuentra mucha diferencia entre la fábrica y la cárcel, prefiriendo ésta última. Parece que es el amor el que se postula como libertad, como el último refugio para el individuo. Pero es que ni así. Cabría hablar de la última trampa: el amor coagulado en familia como el resorte último de la máquina. No es hasta que Chaplin conoce a la pícara que decide buscar, de nuevo, un trabajo, reintegrarse en el mismo sistema que antes rehuía. Es a través de la manutención de la familia –del sueño de una casa- como Chaplin se doblega y, por amor, decide volver a trabajar.

Gorka Maiztegui Zuazo

CC

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