El devenir revolucionario de Willard

Posted: martes, 26 de junio de 2012 by Contacto in Etiquetas: , , ,
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Dirección             Glen Morgan
Producción          James Wong y Glen Morgan
Guion                   Glen Morgan, Gilbert Ralston
Música                 Shirley Walker
Protagonistas      Crispin Glover, R. Lee Ermey, Laura Elena Harring, Jackie Burroughs
Países                 Canadá, Estados Unidos
Año                      2003
Género                Terror
Duración              100 minutos
Productora           New Line Cinema
Presupuesto        $22.000.000




“(…) no ser más que el hombre, no salir de ahí; es el ahogo, la pesada ignorancia, lo intolerable.”  BATAILLE. G., La experiencia interior.

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1.   Del psicoanálisis al esquizoanálisis: la casa de Willard (estructura psíquica) como punto de partida.

Willard, de modo similar a Norman Bates (Anthony Perkins) en Psicosis (1960), vive en una casa de tres plantas que refleja y contiene las tres instancias que forman su psique: arriba el Superyó formado por la figura autoritaria de su madre y sus demandas imposibles, en el sótano las pulsiones ilícitas del Ello, y en la planta principal su Yo lidiando con ambas partes para mantener los límites que ve reflejados en la pintura de su padre ya muerto.

La casa de Willard tiene componentes suficientes para analizar su historia como un cuadro clínico freudiano que partiría de un complejo de Edipo mal llevado hasta culminar en una enfermedad mental desencadenada por la ausencia de su padre. Pero, nada más lejos de nuestro propósito que querer canalizar la pluralidad anárquica del deseo en la dialéctica carencia/satisfacción propia del sistema capitalista. Frente al psicoanálisis, nos parece más interesante la propuesta que hacen Deleuze y Guattari al pensar el deseo en sí mismo y en relación a las fuerzas que laten bajo la representación edípica:

(…) el deseo no amenaza a una sociedad porque sea deseo de acostarse con su madre, sino porque es revolucionario. Lo cual no quiere decir que el deseo sea algo distinto de la sexualidad, sino que la sexualidad y el amor no viven en el dormitorio de Edipo, más bien sueñan en algo amplio y hacen pasar extraños flujos que no se dejan acumular en un orden establecido. (DELEUZE, G. y GUATTARI, F., El antiedipo: capitalismo y esquizofrenia)

En la teoría freudiana, el inconsciente, formado en este caso por la madre y las ratas, no es más que un teatro transcendente, eterno y universal, que representa un triángulo incestuoso entre el hijo, la madre y el padre. Para el padre del psicoanálisis, el deseo es siempre deseo de acostarse con la madre (¿con la suya?) y solo bajo la represión se normaliza el sujeto. Cualquier otro deseo que no encaje en su teoría debe ser expulsado de la sociedad: “En cuanto a los que no se dejan edipizar, bajo una forma u otra, el psicoanalista está para llamar en su ayuda al asilo o a la policía” (DELEUZE, G. y GUATTARI, F., El antiedipo: capitalismo y ezquizofrenia). En definitiva, el diván acaba siendo otro instrumento de control social que aleja el verdadero problema: el campo social. Pero, ¿y si el deseo en lugar de entenderlo como carencia, como plantea Diotima en la primera parte de su discurso en El Banquete de Platón, o a partir de la privación de la ley, lo entendiésemos como productivo? ¿Y si considerásemos que el inconsciente, en vez de ser un teatro, es una fábrica que hace que las necesidades sean un efecto del deseo y no del deseo un efecto de las necesidades?

Lejos de reconducir el deseo y limitarlo al cuadro familiar, el esquizoanálisis, político y social, de Deleuze y Guattari, no propone representar, ni interpretar, ni simbolizar; más bien, pretende liberar flujos deseantes de la subjetividad abriendo nuevas líneas de fuga frente a las normas sociales imperantes. El devenir-revolucionario que Willard experimentará con sus nuevos aliados, a diferencia de la terapia individualizada de la teoría edípica que se pliega al Poder territorializador, liberará una potencia inusitada de alcance sociopolítico.

Que una eclosión de deseo se produzca en la célula familiar o en una escuela de barrio, poco importa, lo cierto es que siempre cuestionará las estructuras establecidas. El deseo es revolucionario porque siempre quiere más conexiones y más agenciamientos. Pero el psicoanálisis corta y aplasta todas las conexiones, todos los agenciamientos. El psicoanálisis odia el deseo, odia la política. (DELEUZE, G., Pourparlers.)

2.   De la casa al universo: el encuentro con Sócrates y los peligros del mundo nuevo.

FRANCIS BACON: Painting, 1946.
Deleuze y Guattari, en el Antiedipo, vigorizan la experimentación de nuevas relaciones con el mundo y con uno mismo. Freud y su marco familiar son demasiado estrechos para explicar las derivas del deseo hacia el universo; demasiado angostos para dar cuenta de la multiplicidad que somos, irreductible a una identidad. Más acá de la transcendencia familiar o divina, la pregunta que guía a Deleuze, en Spinoza y el problema de la expresión, establece una respuesta en términos de potencia. ¿Qué es lo que puede un cuerpo? La estructura de un cuerpo es la composición de su relación. Lo que puede un cuerpo es la naturaleza y los límites de su poder de ser afectado.

El encuentro de Willard con Sócrates, su nuevo y único amigo, provoca un aumento de sus posibilidades. Gracias a él toma conciencia de la injusticia que reina en su vida y aumenta sus dimensiones, cambiando de naturaleza y destino, a medida que aumenta sus conexiones. El protagonista siente fascinación por el grupo de ratas con el que se siente ligado por solidaridad, a pesar, o precisamente, por la heterogeneidad que supone dicha alianza antinatural. De este modo, acaba desobedeciendo a su madre y apostando por liberar sus deseos - mediante una metonimia con las ratas-.

Empieza el devenir-animal de Willard -y Sócrates será el outsider, el chamán, que le acompañará en sus primeros pasos -. La creación de líneas de fuga o de desterritorialización rehacen la identidad del protagonista al conectarse con su afuera en un devenir imperceptible que huye de toda lógica binaria, porque pasa entre los dos términos: ni rata, ni hombre; como el encuentro entre la abeja y la orquídea: nuevo bloque de espacio-tiempo, sin semejanza, ni imitación o identificación.

La orquídea aparenta formar una imagen de abeja pero de hecho hay un devenir-abeja de la orquídea, un devenir orquídea de la abeja, una doble captura, puesto que 'lo que' cada una deviene cambia tanto como 'el que' deviene. La abeja deviene parte del aparato de reproducción de la orquídea, la orquídea deviene órgano sexual para la abeja. Un mismo único devenir, un bloque de devenir (…) una 'evolución a-paralela de dos seres que no tienen absolutamente nada que ver el uno con el otro'. (…) nada que esté ni en una ni en otra, aunque puedan llegar a intercambiarse, a mezclarse, sino algo que está entre las dos, fuera de las dos, y que corre en otra dirección. (DELEUZE, G., PARNET, C., Diálogos.)

Pero no es fácil abrirse a lo desconocido, luchar por ese pueblo que falta, cuando uno se adentra en tierra nueva puede ser arrastrado. Big Bang, la rata fea y poderosa, viene con el mundo nuevo; y su fuerza acabará sembrando el caos en los planes de Willard.

3.   Un odio desbocado

Una de las paradojas más exacerbadas en estos días es la relación entre el banco y las personas: aunque el ser mismo del banco consiste en alimentarse de los ciudadanos, de sus proyectos, históricamente las personas pertenecen al banco. Ser es un deber, pero no un deber de ser, sino un estar siendo siempre en la deuda incluso antes de nacer - al menos para una gran parte de la población-.

Willard nace endeudado, nace encarcelado. Aunque trabaja cada día y cuida a su madre enferma, lo único que tiene es la casa donde vive y el desprecio, incomprensión y aprovechamiento continuo de su jefe. Pero su malestar no acaba aquí: en el mismo instante que muere su madre, el banco exige que se le paguen las deudas de la familia y su jefe aprovecha para despedirlo e intentar comprar su casa, para especular. Willard reflexiona: “Es mi casa, no es del banco…¿Por qué tengo que pagar yo por algo que hicieron mis padres?”

Willard mira retratos y se coloca las gafas del padre. Desde esa óptica se ve a sí mismo como la descendencia fracasada. “¿Recuerdo edípico de infancia? El recuerdo es retrato de familia o foto de vacaciones…El recuerdo bloquea al deseo, lo calca, lo hace regresar a los estratos, lo separa de todas las conexiones.” (DELEUZE, G., y GUATTARI, F., Kafka. Por una literatura menor). Willard piensa en suicidarse, como su padre.

Pero, finalmente, el protagonista, gracias al apoyo de su amigo Sócrates que poco después será brutalmente asesinado, decide emprender otros senderos. Su memoria ya no es psicoanalítica, aunque no olvida, sabe que el problema tiene otras fronteras. Quiere peinar el caballo de la historia a contrapelo. Ya no importará recuperar la empresa que su jefe le robó a su padre, si es que alguna vez le importó de verdad. Se empieza a amar a sí mismo y tiene cómplices, contranaturales, pero aliados al fin y al cabo. No tiene resentimiento contra la vida, dejó libre al perro después de darle un susto dentro de su maleta, pero tiene odio hacia lo que le ahoga injustamente; un odio desbocado.


4.   Apunte final: Willard contra el tiempo, a favor de un tiempo venidero

Si hay una constante en la película son los relojes. Willard adelanta el reloj al inicio de la película, escucha continuamente el tictac que marca el ritmo al que es incapaz de adecuarse, e incluso mira dos relojes que marcan horas distintas justo antes de querer suicidarse. Willard quiere desbordar los goznes del tiempo que marca y oprime su cotidianidad. Ya no se trata de libertad de poder elegir entre las alternativas posibles que confirman y conforman el mismo mundo, entre lo que le ofrece el contexto biográfico e histórico, sino de elegir poder (“power”), independientemente de las condiciones restrictivas a la experimentación.

El desahucio, el papel del banco, el maltrato a los animales, las extralimitaciones que se pueden producir en algunas empresas, o la soledad frente a problemas sociales, son algunos de los temas que conectan la película con la actualidad. Pero todos ellos son parte de un proceso que los engloba: el malestar en la cultura de Occidente, su desmoronamiento continuo y sin final.


Willard es el intento desesperado de repensar su destino, la exigencia de una respuesta contundente y sin demora, para que su vida no sea fagotizada – y devuelta en forma de deuda - hasta el paroxismo. Cada uno tendrá que decidir si la insostenibilidad de la existencia se reduce a su núcleo e historia familiar o si, por el contrario, compete a todo el espacio social; y en particular, a las alianzas que creen un planteamiento inédito para una situación en la que no valen los viejos remedios ni los valores caducos. Cuando algo se pudre, o se arranca o acaba corrompiéndolo todo por completo. Cabe ir al psiquiatra, y en muchos casos seguro que es la mejor opción, pero Deleuze lo tiene claro: “La única oportunidad de los hombres está en el devenir revolucionario, lo único que puede conjurar la vergüenza o responder a lo intolerable.” (DELEUZE, G., Pourparlers, Minuit, 1990).

Damián Cerezuela Frías

CC

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