Melancholia: una ontología del presente

Posted: domingo, 4 de diciembre de 2011 by Contacto in Etiquetas: , , ,
2

Título: Melancolía
Título original: Melancholia
Dirección: Lars von Trier
País: Francia, Italia, Alemania, Suecia, Dinamarca
Año: 2011
Duración: 130 min.
Género: Drama, Thriller, Ciencia ficción
Reparto: Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, John Hurt, Alexander Skarsgård, Stellan Skarsgård, Brady Corbet, Udo Kier, Jesper Christensen, Cameron Spurr, Deborah Fronko
Guión: Lars von Trier
Web: www.melancholiathemovie.com
Distribuidora: Golem Distribución
Productora: Zentropa Entertainments, Memfis Film, Slot Machine, Eurimages, BIM Distribuzione, arte France Cinéma, Zentropa International Köln
Presupuesto: 7.400.000,00 $
-->  

Anoche Melancolía ganó varios premios en el festival celebrado en Berlín, fue la gran triunfadora. Aunque  Kirsten Dunst no se llevó ningún premio, hoy quiero dedicar un pequeño comentario centrado fundamentalmente en el personaje conceptual que la actriz interpreta magistralmente.


Una ontología del presente 
                                                                                 "El esfuerzo inútil conduce a la melancolía" Ortega y Gasset.    
A diferencia del cine de montaje tradicional, cuyo encadenamiento cerrado de imágenes impide al espectador que tenga tiempo suficiente para pensar - como bien supo criticar Walter Benjamin - Von Trier realiza un "cine de mostraje”. Mediante técnicas como la cámara en mano o el uso de largos planos secuencia, el director consigue captar la vida en su hacerse a la vez que abre al público la posibilidad de una libre asociación de ideas, del mismo modo que si estuviese observando una pintura. La ambigüedad del cine del polémico director danés, la falta de un sentido unívoco y homogéneo, lejos de transmitir una verdad objetiva, muestra el acontecimiento para que lo interprete el espectador activo y atento.

Melancholia se inicia con una poesía audiovisual apoteósica. Tristán e Isolda de Richard Wagner suena mientras se suceden imágenes hipnóticas, “pictorizadas” y ralentizadas llenas de belleza y sugerencias. La cinta promete. El prólogo será la antesala de la conclusión. También tiene dos partes diferenciadas y un final apocalíptico: la primera se centra en Justine, interpretada por Kirsten Dunst, y la segunda en su hermana Claire, Charlotte Gainsbourg. Ahora bien, el objetivo de este comentario no es explicar la película o hablar del reparto sino aprovechar algunas de las sugerencias de su simbolismo y sus analogías, centradas a partir de Justine, para hacer una ontología del presente.

Para empezar cabe destacar la continua analogía entre el drama familiar y la tragedia cósmica que se avecina. Lo que acontece es inevitable, ontológico. La melancolía atrapa a Justine como un ovillo de lana gris que se le engancha arrastrándola, del mismo modo que el planeta Melancolía se acerca inexorablemente a la Tierra afectando hasta sus más firmes cimientos. 

La madre de la protagonista, una incrédula incapaz de engañarse ni en el día de la boda de su hija, recuerda que una profunda crisis de valores impregna el presente; una crisis que muestra la vacuidad de nuestra época incluso en los personajes que parecen más fuertes: primero el novio de Justine le reconoce que era absurdo esperar algo y, más adelante, el marido de su hermana se suicida atemorizado ante el inminente final del mundo sin ser capaz ni de dejar unas pastillas para su familia.

Justine quiere tener una vida personal pero no puede. La protagonista necesita empuñar su destino para poder arraigarse en el mundo y no hundirse en la melancolía. Al contrario que antes de la Modernidad cuando cada ser de forma natural tenía un puesto asignado en el cosmos que jamás podía perder – se podía ser un buen o un mal caballero pero siempre se seguía siendo lo que había tocado en el orden divino, aunque uno se convirtiera en una deshonra condenable y expulsable  –, Justine sabe que su ser depende exclusivamente de su capacidad para apropiarse de sí misma. Lo intenta pero es un esfuerzo inútil, lo único que consigue poseer es la esencia de una envoltura temporal de las cosas que no puede alcanzar. Sin un pasado desde el que impulsarse pero con el recuerdo de un futuro inalcanzable, su vida se presenta como una pasión inútil en un presente sin curvas, infinito. Y sin embargo, el tiempo marca el cuerpo en el incesante trajín que organiza el vacío para un ser-sin-mundo que ha sido blindado al cambio cualitativo.

Justine padece un  extrañamiento galopante y sin retorno. He ahí su malestar. No se trata únicamente del extrañamiento propio del ser que pregunta, admira o cuestiona para seguidamente aprehender significativamente lo real; lo que se produce es un desarraigo por impotencia y perdida definitiva de horizonte. El vagabundeo está servido. El hombre se caracteriza por su ser-ahí – Dasein, en términos heideggerianos – pero también por su constante apertura, por un continuo “caminar hacia” que cuestiona su morada. Es decir, el hombre es, al mismo tiempo, céntrico (está inmenso en su mundo particular, en su morada) y excéntrico (está abierto al universo, a nuevos caminos por venir). Lo propio del ser humano es ese tránsito entre el habitar y el deshabitar, entre el estar arraigado y la fuga hacia lo extranjero. Ahora bien, Justine en su horror vacui sólo es capaz de emprender una desesperada huída hacia delante. Aunque busca el acontecimiento que le permita arraigarse en un nuevo mundo sólo se encuentra con un desierto in-mundo.

El desengaño en sí es capturado de modo sublime por Von Trier en el momento en que Justine deja la foto del refugio que su marido le brinda en la cama. A partir de aquí Justine abandona su último asidero en una caída sin retorno.

Justine se enfrenta a la miseria moral de su jefe, a ese “despreciable hombrecillo sediento de poder”. El nihilismo invade la creatividad de la protagonista: ya no hay grandes ideas por las que morir, solo ideas exprimidas a cualquier precio para seguir girando la gran rueda del mercado que arrastra y exprime aún a costa de lo más preciado. Brutal mecanismo que convierte todo objeto en intercambiable aún a costa de eliminar cualquier aspecto mágico. Racionalización que mesura todo cuanto existe hasta los límites oscuros de nuestra alma.

A pesar de todo,
Justine se intenta refugiar en el despacho de trabajo de su hermana. En un gesto desesperado cambia las láminas de abstracciones geométricas por Ofelia muerta o El jardín de las delicias, como si con ese gesto pudiese abandonar el nihilismo propio de nuestra época y recuperar los ideales perdidos en el tráfago de la vida moderna. La protagonista aunque ha descubierto que es un ser para la muerte, con la que se reconcilia, la libertad que adquiere no le permite empuñar ningún proyecto porque le atraviesa un desencantamiento radical con el mundo. La angustia, a partir de su hundimiento, le permite ver las posibilidades como meras posibilidades, pero su excesiva lucidez le impide arraigarse; el ovillo tira inexorablemente.

No obstante, Justine muestra una serenidad inusitada ante el inminente final del mundo; no teme a Melancolía porque ya ha estado ahí. Ante la presencia del planeta, la lucidez de Justine permite crear una morada que les protege contra la vacuidad de las propuestas de su hermana, aterroriza ante el inminente fracaso del orden de su mundo que se hunde  por la crueldad inexorable de la naturaleza. No hay fin del mundo para un ser-sin-mundo.
     

     Damián Cerezuela Frías

CC

Creative Commons License Los contenidos textuales originales de Cinerosos han sido licenciados bajo una Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License. Para negociar permisos de reproducción más allá de esta licencia contacta con cinerosos@gmail.com.

blogspot hit counter